De entrada, es de agradecerse que el Festival haya programado un recital de un bajo, en el entendido de que este tipo de conciertos vocales suele ser acaparado por tenores y sopranos. Y qué mejor que sea un bajo ruso, considerando la gran tradición que hay en Rusia en el ámbito de esta tesitura vocal, comenzando por el inmortal Fiodor Chaliapin. Como la costumbre suele ser acompañar este tipo de recitales con piano, fue particularmente apreciada la presencia de la Orquesta de Cámara Kremlin, un grupo compacto y disciplinado, de muy buen sonido, en el que destaca por muchas razones la presencia de once mujeres en este ensamble de quince músicos. Y parte del plan de la noche fue, precisamente, hacer lucir a la orquesta, de modo que el concierto se inició con tres piezas instrumentales rusas (Tchaikovsky, Rachmaninov, Rimsky-Korsakov) que no dejaron duda sobre la solvencia del conjunto. Desde su aparición al final de estos números instrumentales, el bajo Mikhail Svetlov (viejo conocido en México a través de sus presentaciones en la Ópera de Bellas Artes) dejó constancia de la potencia de su voz, la solidez de su técnica y, de manera muy importante, de su calidad actoral.
La parte vocal de este recital tuvo, como era de esperarse, una importante presencia de música rusa, comenzando con dos pares de piezas de los ya mencionados Tchaikovsky y Rachmaninov. Más dulces y románticas las de Tchaikovsky, un poco más modernas y a la vez más expresivas las de Rachmaninov, y todas ellas cantadas con gran atención al detalle y a los matices dinámicos y expresivos por Mikhail Svetlov. Un detalle particularmente atractivo de este programa fue la inclusión de dos versiones musicales radicalmente distintas del mismo tema: la Serenata de Don Juan de Tchaikovsky, y un aria del Don Giovanni de Mozart. Fue en estas dos piezas, cantadas de manera consecutiva, que Svetlov dejó constancia de su gusto y habilidad para la actuación, aún en un formato restringido como el de un concierto de esta naturaleza. Lo que en Tchaikovsky fue mesurado, contenido e introspectivo, en Mozart fue cantado con el jocoso desparpajo propio de esa genial obra que es Don Giovanni. Más adelante en el programa, Mikhail Svetlov habría de dar un par de pruebas más de su capacidad histriónica, en una divertida aria de El barbero de Sevilla de Rossini, y en la casi surrealista canción La pulga de Modesto Mussorgsky. La participación de Svetlov en este, su recital protagónico, concluyó con muy buenas interpretaciones de dos canciones populares, una mexicana y una rusa, que son famosas en el mundo entero: Bésame mucho y Ojos negros.
La Orquesta de Cámara Kremlin, a su vez, contribuyó con otras dos intervenciones instrumentales, muy diversas entre sí: la conocida y popular Serenata Op. 48 para cuerdas de Tchaikovsky, y una transcripción fogosa y extrovertida de Navarra del violinista y compositor español Pablo de Sarasate. Como era de esperarse, la obra de Tchaikovsky fue interpretada con ese profundo conocimiento de causa, íntimo y a la vez flexible, que cualquier orquesta rusa tiene y debe tener de esta obra. En la pieza de Sarasate, muchos fuegos de artificio y lucimiento del virtuosismo colectivo de la orquesta.
Una vez más, una entrada completa para esta noche de gala en el Palacio Municipal de Álamos, un lleno siempre bienvenido aunque, hay que señalarlo, formado por un público desatento y descortés que sigue renuente a observar las normas mínimas de civilidad y respeto que debieran ser la costumbre, y no la excepción, en conciertos de esta naturaleza. Venturosamente, y en contra de lo hecho por otros cantantes del festival que han insistido en una dudosa “interactividad” con el público, Mikhail Svetlov y sus acompañantes ofrecieron un recital sobrio, serio y pulcro que bien pudiera servir de ejemplo para algunos (y algunas) de sus colegas.