Cuando parece que la vida está resuelta, cuando los prejuicios aparentemente se esfumaron, cuando todo fluye con naturalidad, las diferencias ideológicas, las posturas conservadoras, trastocan la también aparente armonía familiar.
Esta conclusión es quizá la anécdota central de La jaula de las locas, puesta en escena de la compañía La Petaka Teatro, de Ciudad Obregón, Sonora, que dirige Dommy Flores y que se presentó la noche del sábado seis de agosto, en el Teatro de la Ciudad de Casa de la Cultura, en el marco de la Muestra Estatal de Teatro 2016.
La escenografía, la iluminación, la música incluso, es una apuesta al juego espectacular que significa el planteamiento del montaje donde los personajes, excéntricos los más, van por la vida asumiendo su rol, sin ambages, sin actitudes vergonzantes.
Personajes estridentes, altoparlantes, extravagantes. La recurrencia constante de la exageración en el parlamento. Porque es una comedia, porque es una farsa, porque es el estilo para intentar conectarse con los espectadores. ¿Lo logran?
A veces la risa desde la butaca es síntoma de conexión. A veces la complacencia de un espectador que asume que el teatro es un divertimento, una recompensa a esas jornadas laborales extenuantes. Asistir para reír. ¿Y la reflexión?
En un mundo caótico, donde la violencia es pan de todos los días, en una sociedad cada vez más devastada por los diversos actores gubernamentales, narcotraficantes, la miseria como un vehículo para enriquecer al poderoso, ¿qué trascendencia cobran los conflictos internos de una familia que pretende maquillar la realidad para lograr un matrimonio en paz? Ni siquiera es una metáfora, ni siquiera un atisbo de la crueldad que impera en el mundo.
Afuera del teatro, la pobreza carcome, las diferencias de clase predominan, la perversidad de los medios coludidos con empresa y religión, cada vez más nos ganan la carrera, el embrutecimiento social es su apuesta. Para controlarlo todo.
¿Tiene su mérito este montaje de La jaula de las locas? Por supuesto, hay un trabajo detrás, una buena cantidad de tiempo invertido, la entrega de dirección y actores, la apuesta quizá con pasión y convicción.
Mis preguntas, como espectador, son: ¿Para qué debe servir el arte? ¿Acaso no tiene el compromiso de formar sociedades, incitar al análisis, incomodar? ¿Necesitamos el humor como un relax para fin de semana? ¿No deseamos regresar a la vida después de ver una obra de teatro, con una o varias interrogantes que nos irriten los intestinos?