La noche está dispuesta. Los espectadores también. Suena un solo de batería y es el inicio del concierto. En el Callejón del Templo de Álamos, Sonora, se auguran momentos de felicidad.
La felicidad significa una canción, y muchas más. Quiere decir también que el programa del Festival Alfonso Ortiz Tirado (FAOT 2016) sigue su curso.
Es noche de lunes, la semana arranca, allí están los integrantes de Eleven Towns para ofrecer su repertorio por demás auténtico, con esa búsqueda constante en la exploración y mezcla de géneros.
Los Eleven… son originarios de Morelia, Michoacán, allá radican, desde allá nos traen su canto. El canto que proviene de la música tradicional purépecha.
Comparten lo que aprendieron en su tierra, las rolas que escuchaban cuando niños, el significado de las historias construidas en versos y melodías.
Eleven Towns se manifiesta potente ante el público, y tiene como aliado esta noche de luna, y un dron que parece pretende conquistarla. ¿Dónde? Allí, en El Callejón del Templo, donde todo es energía, donde el más adolescente de los espectadores ejerce sus mejores pasos de baile, para estar más cera de la música, para no perderse ni un solo compás que ya le marca el saxofón. O tal vez la batería, o el sintetizador. Quizá el requinto, o la trompeta, última hora es la tuba quien guía sus movimientos. cuando ya baila y baila al lado de un chavalo de melena rubia.
Que viva mi tierra Michocán / y denme charanga pa’ tomar / que Juan Colorado ya se va / montado en su cuaco el huracán…
Y no importa cuál sea el género con que se interpreta la clásica rola michoacana, puede que sea en un rock o jazz, blues o folk. Las notas son búsqueda constante, la noble intención de hacernos sentir. Eleven Towns conecta de inmediato, porque hay en los integrantes de la banda esa capacidad de honestidad de trasmitir la pasión de lo que hacen.
La noche está allí, con música y deseo de seguir bailando, con imágenes de rescate de la historia purépecha que se proyectan en el escenario. El arte visual y plástico un complemento, un plus para los espectadores que no hacen más que acatar el convite cuando el vocalista sugiere respuesta corporal a lo que interpretan.
No hace falta la insistencia del vocalista, la raza ya está prendida y la luna lo sabe, el dron en su vuelo es un espectador más que registra el acontecimiento.
Eleven Towns, grato descubrimiento para quienes no los conocíamos, deleite permanente para quienes ya sabían de su existencia.