Álamos.- Del bel canto a la música de acordeón y tololoche. Del arpa al requinto. El común denominador es la música. Porque es Álamos y su Festival Alfonso Ortiz Tirado.
En el ayuntamiento, el tenor; en los callejones, la estudiantina y su tradicional paseo del burro; en los callejones los taca, taca. Y en Las Delicias, el rock, los oídos perennemente jóvenes.
Y llegan puntuales para escuchar a Munro, grupo sonorense, rockaportense, quien en noche de viernes y de inauguración del Festival interpreta sus rolas, las que compone Alán, el vocalista, el director.
El escenario tiene como techo el mismo cielo, las palmeras una valla sutil, en el centro los fanáticos del rock duro que esta noche se hace presente.
Alán canta una y otra rola, en el umbral los espectadores corean, bailan, beben, aplauden. La noche un mar de tambores y requintos. El cuerpo un regocijo al son que le toquen.
La misma noche para alternar a dos grupos, las mismas horas para marcar el cierre de Munro. Después el estelar, los que vienen desde Guadalajara, Jalisco.
El grupo de Guadalajara es Descartes a Kant, la inspiración de dos filósofos convertida ahora en nombre de un grupo.
Los integrantes que son damas y caballeros cierran los ojos, construyen y ofrecen sus canciones. Juegan con sus cuerpos, acarician el talento, ruedan por el templete.
Lúdica ejecución. Una piedra en un lago y la multiplicación del contacto, el efecto. En Las Delicias el buen rock, la libertad en el discurso musical. El temporal un aliado, la juventud para infectarse a sí misma de energía.
La energía convertida en ideas, en irreverencia. De pronto un mensaje reiterativo, banal, es la crítica. Descartes y Kant parodiando a los que se desviven por decir cosas importantes, ellos, ellas, jugando a hacer música.
En Las Delicias un trueno constante. Los requintos puntuales. Las baquetas en los tambores. Los dedos en el teclado. Un micrófono para decir que el rock hoy siempre: vigente.