Álamos.- El umbral de la ciudad es una chistera. Al costado izquierdo de la carretera un dolor de muela deja de existir. Las plantas de los pies de un niño construyen música al golpear el suelo. En el umbral de Álamos se aposentan las manifestaciones indígenas, en su diversidad artesanal, religiosa, culinaria.
Los leños construyen el fuego y las manos señoras transforman en alimento lo que la naturaleza da. Apenas sale el sol y ya Armanda, María Eugenia, Ramona, Rosina y Victoria, montan la cocina, extienden la masa de garbanzo, de maíz, echan las ruedas sobre el comal. En las ollas hierve el wakabaki, el atole de pinole, los frijoles.
Victoria es de Buaysiacobe, Sonora, pertenece a la etnia mayo, coordina el área de cocina en el Mercado de Artesanías ubicado en la entrada de Álamos, durante la vigésima octava edición del Festival Cultural Alfonso Ortiz Tirado.
Mientras sirve una tortilla de garbanzo con queso y frijoles, Victoria explica el remedio contra el dolor de muelas: hoja del árbol de higo hervida en agua, remojar un algodón y ponerlo sobre la muela. El dolor desaparece inmediato. En ese momento, un joven de sombrero, quien bebe atole, agradece la sugerencia, se despide sonriente. El rictus de dolor desaparece nomás de escuchar el remedio.
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Saúl Yoquivo Méndez no asistió a sus clases de primaria este día. Después del permiso correspondiente en su escuela, tomó junto a su padre el camino hacia Álamos. Él vive en Mesa Colorada, y vino desde allá para ofrecer su danza makurawe guarijío, a su etnia, y para los visitantes del festival.
Desde los pies de Saúl las notas musicales de un arpa y un violín, se intensifican. Los cascabeles en sus piernas complementan el sonido de cuerdas, los golpes de sus plantas contra los adoquines son la celebración por la existencia de la tierra, el canto, la vida.
Sones guarijíos llenan los oídos de espectadores, comensales, cocineras, periodistas, organizadores. Arpa y violín la reiteración de la cultura, el arraigo de las tradiciones, la fidelidad para con la herencia del apellido, la familia. La danza emoción para el público, un camino por donde Saúl forma su destino.
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En el Mercado de Artesanías la chistera es inmensa, hay lámparas de madera de choya, figuras de palofierro, rebozos, blusas, cerámica, tejas con paisajes tatuados.
Todo cabe si la necesidad de expresar obliga. En el Mercado de Artesanías hay también la generosidad de lo que la naturaleza otorga. Allí, sobre un catre de ixtle, en el rincón del ala derecha, Herlinda Escalante Ontamucha comparte el don que la vida le dio, y frota con la punta de sus dedos, con las palmas de sus manos, el lugar que el paciente le indica y es entonces que el dolor desaparece.
Doña Herlinda dice que ella tiene un don, que aprendió la medicina tradicional mayo en Buaysiacobe, desde su hogar (donde cultiva ahora un jardín de botánica), y donde su nana Carmela Bacasegua era curandera. “Mi nana era de Mochicahui, yo la veía cómo curaba, y luego es mi don también leyendo la mano, sobando, quitando sustos”.
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En el Mercado de Artesanías hay flautas de carrizo, máscaras, morrales de ixtle, sonajas, colgantes, muñecos danzantes de venado, de pascola, fotografías. En el Mercado de Artesanías hay la mirada humilde de los mayos, guarijíos, y un montón de fraternidad.